2 sept 2014

Al kilo

Hace muchos años que vivo en casas marcadas por el sol de las mañanas y las tardes. Es decir, entre los dos crepúsculos del día. Los últimos 10 años de mi vida alquilé en Buenos Aires. Hoy quiero dejar de alquilar y aniquilar esa relación de dependencia, entre el noble que solventa lo que debería pagar el acreedor de la deuda, en este caso el inquilino. Pasa por la guita, pero no sobra vento. Sollozar, no sirve, pero ser trasladado, menos. Sobre todo, cuando uno está en situación de riesgo o peor, hilflosigkeit, en estados de indefención aprendida. Quiero decir que prefiero vivir en una carpa a que me tengan agarrado de los huevos por unos miles de pesos mal habidos. Lo que más me molesta, es que otro tenga llave de mi puerta y que vayan con intensiones de vigilar. Si hay olor a marihuana, si estoy tomando algo, riéndome de nada, con tal o cual. Si la terapia, ha de funcionar en una espacio apto para profesionales, será un consultorio, para eso habrá que sacar turno y tener paciencia. A los fines de esta declaración, mi casa, donde vive el psicoanalista, tiene que ser común a cualquier otra casa. Por la simple razón, de que es una persona que paga con su palabra, su silencio, su persona. "La vida de un psicoanalista no es color de rosa". Es sabido que explorar el inconsciente es una alegoría platónica, la diferencia es que nosotros tenemos una linterna, por lo tanto las luces no nos engañan. Otra que el discurso del amo y el esclavo. Otra que el noble y el pobre. Las relaciones sociales que se basan en un fundamento económico, es decir, que tienen su base en la deuda. Se trastocan con lo moral, en tanto, la deuda y el pago de la misma se espiritualizan.