23 feb 2015

Gemelas y Gemelos

Una vez me bajé del taxi porque el chofer, un hombre de 50 años aproximadamente; señas particulares: pelado, con anteojos imantados, 1,85 de estatura. no me dejaba fumar arriba del auto. Pensaba que había perdido una cajita de fósforos, llena de un fuego blanco y a la vez dorado, que se torna grisáceo provocado por ese calor que calienta al rojo vivo para calcinar sustancias sobre cucharas de plata, como espadas y yunques de herrería y forja, con olor a cuchillos y espadachines aficionados a la esgrima. Sostenidas por pulsos tembleques de muñecas parkinsonianas de hombres turulatos. Pude tenerla en mis manos como un relicario hasta que tuve que dársela a un desconocido; igual a todos los "conocidos" que a Sábato le gusta tanto criticar cuando camina y lee por Santos Lugares. Por ahí le pedí: Che viejo, ¡bajame acá! Las vi sentadas, diría Borges (al que nunca le gustó el tango y jamás escuchó a Gardel). Eran un par de gemelas preciosas, muy rubias y anglosajonas, cuchicheaban musitando lo que el chusmaje les enseñó a decir en voz quedo, con maullidos de gato, tenían toda la apariencia de haber estado al filo del síndrome de Rett; como que le había faltado un poco de velocidad al esperma para modificar ese genoma. Me acerqué hacia ellas, haciéndome el boludo, hasta que a 20 metros se dieron cuenta que se les venía la maroma y el tipo exhalaba humo. Enjutaron sus rostros, se volvieron mudas y me miraron con ojos grandes y azules. Llegué hasta ahí y les dije algo vago e intrascendente sobre las ideas: "son como señales de recuerdos que afloran". Se me cagaron de risa, con un tono ratonil y un modo muy mayor. Pegadas como siamesas y acompasadas en su armonioso canto al unísono sin desfasar, cual bichos enfermos, me pidieron que me siente y les convide cigarrillos. Saqué mi paquete de Benson & Hedges y me miraron como si estuviéralas engrupiendo, a esa hora, en ese estado y con esa cara. Aceptaron de mala gana, fruncí el seño y arqueé una ceja antes de cantarles la balada para un organito loco. Las gemelas se burlaron de mi. Cuando quise darles fuego, los gemelos habían desaparecido como las gemelas. Eran reales, pero alucinantes.

11 feb 2015

Gris de madrugada

Despunta la madrugada.
Otro despertar sin sueño.
Las sombras y el haz de luz.
Obnubilando ojos sin brillo.
Resecas y ulceradas córneas.

Pupilómetros en desuso.
Al caer entre las garras.
Nadie lagrimea, vidrios.
Alguien se queda sin voz.
Los secretos cristalinos.

Como el agua del manantial.
Al subir, una mano se extiende.
Nada más que una brisa suave.
Alcanzado por un abrazo largo.
Los ronquidos y los resplandores.

Al parecer, no son solo figuras.
Los álamos de la alborada asustan.
Alucinan las acompañantes.
Nunca perdí el amor.

3 feb 2015

Alaninaminotransferasa

El lema logorréico parecía un logogrífico, lingüistérico, lánguido, letánico, letárgico, lisérgico, lógico. Él no era el mismo capuleto sin su medallita de la suerte escrapularia. Normalmente nominaba nomenclaturas y nunca nombraba nibelungos en la cara de los nimbos. Su ilusión transcurría en una casa molto pícolla, dónde había plantas y pisadas en un terruño parcelado, forrado de gramináceas con su característico verde inglés y su alcolchonado cojín de pasto. El penúltimo movimiento de esa pieza fue la ejecución del sube y baja que iba desde la cama al suelo sin un tobogán. El vocero era un funcionario público, con la tesitura típica del que habla de todo como si nada. El que fue expulsado de los jardines de invierno en verano, por acariciar una melena rubicunda, por tocar un pié al arrastra en un gesto atroz de ternura innecesaria, por plegar un pliegue de ropa de cama, por amar de más a una percantina al poco tiempo de conocerla. Chamuyabas seco mientras ella daba a luz, resbalándose con el sudor que le goteaba de la frente, mientras el amor hacía del sexo, algo más que una acto mecánico y monótono. Le dabas al sol lo que podías recibir de la luna. Habías visto gente con algunos artefactos que imantaban su paso mientras se alejaban esperanzados con suficiencia altruista para acercarse y recuperar su propia energía. El secador de pelo contra la heladera. Pensaste lo que puede hacer la plata en relación con el oro y la chapa de zinc con el cobre. No vale la pena comparar nada de este mundo con el otro. Todo estaba tan claro que la noche se hizo día, lo cual no cambió nada. Ya no querías pensar, ni sentir, ni decirle nada a nadie. Así era el estado del arte en el que se escribía otro capítulo de la novela familiar que circunscribe asintóticamente en su hipérbole, anudándose al nódulo de las psiconeurosis; el núcleo duro que se ablanda a medida que el hombre de lata larga la lengua derritiendo la materia prima que se calienta a fuego lento. El eterno pasajero de un viaje sin retorno cierra los ojos y se le apagan las luces porque sabe que ya no hay pasajes de regreso. Frente a frente, es más fácil decirlo todo de una vez y para siempre, porque es más difícil pensar las cosas dos veces antes de decirlas. Es mejor cantar y darle música a la letra, color a las imágenes, sentimiento a las palabras y fuerza a las emociones. Si sos políglota no tiene porque importarte la prostitución, ni la riqueza, pero la poesía si. En el frío mármol de tu frente tenés grabada la fecha del día aquel que se murió tu abuela, esa mujer que no fue un perro, la que a vos te enseñó a sentir y a mirar a los ojos cristalinos. No es para que te pongas taciturno y sombrío macho, sino para que recapacites que tan lejos te han llevado los aluviones de un suspiro final, a vos calavera que le quitaste el alma a tus guitarras para hacerlas mierda. Las minas que alguna vez tuviste ya no te dedican ni su desdén, porque las dejaste en ese lugar donde no hay piedad. El vals la entrerriana te gusta si te lo canta Gardel y todavía no sabés por que te das tanto dique. Cada beso lo borraste con una copa y cada palabras con una linea. Sin aflojar ante la muerte y sin hacer alarde, aprendiste un poco tarde, que un xilógrafo, un xilófono y una súplica mendiga, te podían tallar el corazón. Por eso te alzaste de hombros cuando te pidieron un pucho, les dijiste: No, yo no fumo. Yo tomo. Compraste uno de esos virtuales para verte fumar en un televisor. Te recostaste a fumar un Kent mentolado olvidándote de la impotencia que te causan. Te robaste una bicicleta clásica del 40' dejando de lado la otra; recuperaste una Biancastella. Esas cosas eran las ventajas que heredaste de la abuela Nelly. Con tu performance, dejaste de lado ese maravilloso mundo naïve que tanto te gustaba. En Martinez debutaste en primera, bien de bute con un farabute, entre Balcarce y Pirovano. Escribir noche tras noche no es un juego académico, ya lo ves, sino una clase de educación para guarangos y líricos de cartel que pelean contra su corazón, sin arrodillarse para pedir perdón en la cortada de San Ignacio. Toda tu ilusión fue a parar a una pieza mistonga de Flores. Reflexionaste de repente, y te habían dejado sin una triste mirada. Engrupíste a tus seres más queridos en la calle Corrientes. Ahora de mañana le compraste al pibe una rifa, porque creés que el viento está a tu favor.