10 dic 2018

De San Telmo a San Isidro


Una vez caminó desalmado de San Telmo a San Isidro y fue tan grande la distancia que cubrió a pie que rompió su propia marca registrada; recordando aquella vez que le metió pata de Chacarita “El Teatro” a la estación “Marina Nueva” en San Fernando.
Cada tanto le pasa, generalmente cuando anda sin plata y usa indiscriminadamente la frase: “El que no usa la cabeza usa los pies” y se dice: “Loco lindo que te comés las veredas”, “te tomas un licuado de asfalto y seguís”; “La calle no es un buen lugar para vivir ni para morir”, esas cosas son las que piensa mientras avanza directo al infinito. La manzana de las luces lo cegó. Se sentó a fumar un cigarrillo en la puerta del Colegio Nacional cuando su energía vital empezó a disminuir y aminoraba su marcha enlentecida a paso cansino.
Ensoñado andaba sin rumbo por la Buenos Aires histórica y en cada reencarnación su locura se agravaba y  a la vez crecía el artista que había en él hasta llegar a la creación de un nuevo ser y por esa creatividad lo designaban residente prestigiosos médicos psiquiatras y políticos de la época de los radicales.
                El psiquiatrónico es un personaje de antología, siempre está presente en declaraciones de eminencias en medicina, literatura y música, aparece en actos fundacionales, está presente en inauguraciones artísticas y edilicias, centenarios y bicentenarios, celebraciones, brindis y tertulias, natalicios y funerales, etc. de las más altas clases sociales, hasta el más bajo fondo marginal donde el barrio se vuelve arrabal amargo.
                Cada vez que sueña su inconsciente lo lleva a lugares insólitos, inexplorados, inverosímiles, los analistas no tienen nada que hacer porque no hay elaboración secundaria posible, ni siquiera en narraciones extraordinarias pueden expresar sus epifanías; el mundo de los placeres oníricos supera toda oniromancia fantástica, será que el interpretador de sueños todavía no está preparado para ahondar en profundidad en esas revelaciones de otras mutaciones.
                Nunca puede conseguir más referencias que en la “Traumdeutung” freudiana para saber más sobre Artemidoro de Dalcis.
                Cuando la realidad es precaria el inconsciente se pone productivo.
                En el séptimo día no descansa, sino que sale a timbrear en nombre de Dios y las puertas se abren, y la gente le da las gracias, bendice los hogares, le regala rosarios a la policía, a esa fuerza que tantos problemas le trae cuando camina solo de noche por una ciudad peligrosa y plagada de pobres y llena de ricos.
                Las cartas que escribía membretadas eran más que recetas, eran poemas para recuperar la salud de los impacientes que desesperados buscaban la solución de sus micro-crisis maniaco-depresivas. Me causan gracia, pero no me rio, ni me alegran, ni mucho menos burla.
                Era algo más que un profesional de la salud mental, era un artista encubierto.
¿Quién dice que todos los artistas están locos? No soy solo yo quien dice que los locos no son artistas. Son enfermos en su gran mayoría. Por eso, hay que fomentar y celebrar los actos del insano. Es lo más beneficioso para que en sus leves lapsos de mística química, sean en esos raptos de genialidad, participes del Gran Otro. Se les permite, no por piedad, sino por ser agente de la salud mental.
                Cuando hay que internar, diagnosticar y medicar, no tiene que temblar el pulso, ni faltar los argumentos, ni los fundamentos científicos, ni mucho menos las pruebas concretas.         
                Será justicia en tanto y en cuanto se respete la condición. Más allá de la ley orgánica, hay que cuidar la imagen.
                Discapacitar es como discar el número de PAMI escucha, primero se dice y después se hace. Capacitar, es capar y citar.
                Así se volvió a replegar en sí mismo, porque la deuda era impagable, por más que trabaje el psiquiatrónico no veía sus emolumentos, sus honorarios eran escasísimos, no podía cobrar lo que debía, y pagaba con su persona, con su tiempo, vendía hasta lo que no tenía y no alcanzaba.
                Un eticista le dijo una vez que la deuda económica se espiritualizaba, se volvía moral, pero que ante todo “nobleza obliga”. ¿Y qué te debo? ¿Cuánto es? Y el arlequín contagioso enroscado en serpentina que iba cantando y bailando hacia un loco carnaval le dijo: Un café.
                Le sobraba el trabajo y le faltaba la plata. No sabía vivir de la salud, ni mucho menos currar con la enfermedad. La justicia no era un buen negocio. Tenía que hacer algo distinto, porque como venía la mano nunca nadie lo venía a enriquecer. Excepto en casos excepcionales contados con los dedos de una mano, porque su generosidad era recordada y reivindicada, porque todavía creía en que Dios es justo con los justos.
                Decía: “Feliz el que da sin recordad y recibe sin olvidar”               . Esa máxima era maravillosa.