12 oct 2019

Danza tribal


Valiente el indio bebe la escupida chamánica, el esputo brujo, el espumarajo espiritual, el elixir que a punto de macumba le brinda el don de fluir y ver las estelas como por una diplopía incurable a primera vista, el movimiento continuo de todo lo que habita alrededor de la pacha bajo el mismo sol que todo lo ilumina. El animal de raza transpira su sudor, el monstruo canta, la bestia grita, el hombre dice que habla y no dice, nada. Así el fuego sagrado del corazón arde envuelto en las llamas que un demonio robó del Olimpo, el mismo que algún mortal aprendió a hacer de los dioses. El rayo, la tormenta, la nube, el viento que trae coplas en cuatro tonos, que siempre son cuatro. Viven los pueblos originarios, el espíritu de la selva, el curupí del monte, el diablo del corral, la sombra del aliado, las leyendas más cruentas que van del salvajismo al ritualismo sanguinario de la imaginación inagotable inspirada por la naturaleza, aspiraciones del polvo incaico, el cacao, el mezcal, los humitos y todas las plantitas venenosas que elevan al aborigen a los cielos en alto vuelo, por las noches hasta la luna y más allá de las estrellas, y que agrandan sus pupilas para dejar entrar la luz que resalta los colores del entorno en todo su esplendor. Las culturas primitivas van de la antropofagia más caníbal a la solidaridad más orgánica, del sacrificio animal a las batallas más aguerridas, la desgracia, el martirio, la segregación.
La conquista del territorio y la defensa de lo propio, la inquebrantable tradición de la creencia que hace posible la eficacia de toda magia simbólica. La cura y la locura, la muerte que no es sino una partida glorificada; quizás experimenten la pena, la vergüenza y la culpa. Recomiendo una lectura en este día que celebra la "diversidad cultural", titulada “Totem y Tabú”, escrita por el gran cacique del psicoanálisis.

A contraluz


Se despertó cuando el mundo se durmió, por el grito de un solitario que rompió el silencio mortuorio de las calles e hizo retumbar su eco en el cielo abovedado por una luna naciente, lívida y mortecina.

Se escuchó la quejumbrosa carraspera tordilla, una enorme corneta taponada por los mocos que a todo pulmón y resoplidos no se podía desenquistar ni con el ablandamiento por la aspiración del precioso líquido que causa hidrocefalia y la consecuente e inevitable agrandamiento de la testa liofilizada.

Se durmió cuando el mundo se despertó, por las luces de otra aurora que disipó las sombras que cobijaron sus ideas más oscuras durante los momentos de mayor luminosidad del alma.

Se marchitó la flor porque nadie la regó, todos hablaban de los beneficios del agua y lo importante que eran tomar determinada cantidad de líquido, de sus propiedades curativas, mientras la planta se secaba y a duras penas escuchaba, sin poder decirles que ella necesitaba lo vital.

Se cansó y mandó el mundo a la mierda, espantó a los pájaros, desenchufó los artefactos y se sentó a tomar sol en el balcón en pelotas, a mostrar su hombría al astro, porque estaba de luto por la muerte de aquel ser tan querido, que había sido enterrado vivo para darle una sepultura.

Se olvidó de las pequeñas cosas, después de las grandes, después de todo. Y así mismo, de sí, para sí, se dijo: “No me acuerdo de nada”, y se sintió que cargaba con la madre de todas las amnesias y el padre de todas las resacas.

Se vistió de mujer para pasar un día con los hombres. Se transformó en una especie de semidios que nunca mató un ciervo pero tocaba lindas fibras íntimas y tensaba las cuerdas como las parcas hilanderas estiran la vida de las marionetas.

Se imaginó que quedarse debía ser tan triste como irse, más cuando se anda tan lejos de la argentina, ese país grande y al pedo donde viven los suyos, tan de todos y tan de nadie.

Se lastimó y herido por vivir la extraña sensación de haber vislumbrado una desmentida detrás del velo que recubre la verdad del amor que es correspondido a media luz. Su alma había sido encadenada, rompió las cadenas y cedieron los grilletes.

Se quitó el zarzo invisible y pudo sentir las manos libres para tocarle el culo a la memoria, así curó su astereognosia y largó la botella para chuparle las tetas a todas las mujerzuela que alguna vez fueron novias del olvido.

Se olvidó de recordar para no ser causa del pasado ni efecto del futuro, sino el presente representado por su único representante representativo. El verdadero falso, porque fue falseado forzosamente por un feo farsante falsificador de la falta falaz de un forro fanfarrón. Fue fuerte cuando se fue y feliz al volver a ver su reflejo en el espejo interior.