24 jul 2016

Himen o la catequista

Empezamos a ver que los seres queridos desaparecen cuando uno más los necesita. Estamos en una guerra a favor de quien se declara contra sí mismo por una pasión malsana, un masoquismo letal y una vida peligrosa incitada por el surrealismo y el desprecio por todo lo que la sociedad exige. Para defendernos del mal del mundo, creemos que existe el amor, y si no hay whisky o un buen geniol, es que de verdad no hay nada más para dar que un cuerpo exhausto, enfermo y cansado. Así de egoístas somos, soñamos con camas en la calle para apretar en la esquina y mear contra la pared; buscamos laburo a la mañana porque queremos trabajar para que ellas no se rompan el orto y bancarle la joda a las putas. Entonces, los hijos de puta seguimos masticándole el pellejo de la yema de los dedos al guitarrista prodigio, que se lava las manos con el jaboncito de tocador del telo, para no tener ideas de contaminación por los gérmenes del baño. Seamos más humanos y dejemos al universo intacto, tal cual está, y saquémonos de las cabeza la idea de cambiar el mundo. Todo es como debe ser. La pobreza, el hambre, el crimen, la violencia, el suicidio, la enfermedad, son más viejas que la injusticia y no hay Dios que pueda salvar a la humanidad con todas sus miserias. Felices serán aquellos que vivan para darle una mano a los que siempre la tienen extendida para pedir ayuda.