17 nov 2018

Olivos en perspectiva

Desde el balcón, salía a mirar con la vista enferma solo lo que quería ver, lo grave del caso era que sin anteojos veía mejor que con ellos puestos.
Dejó de usarlos cuando se dio cuenta que con los ojos cerrados se ve mejor. Siempre lo supo, por eso dejó de estudiar oftalmología y se dedicó a las tuberculosis cutáneas, a impugnar pericias psiquiátricas, a hacer informes psicodiagnósticos para los cucarachones de tribunales, dejó de lado la Ética aristotélica y la protestante para posicionarse desde la ética del psicoanálisis para actuar, pensar y sentir según su deseo.
Le regalaron una mirilla para la puerta ¿¡Para qué!? Si nadie venía a visitarlo, para maltratarse los nervios, desgastar el soma por la pulsión escópica, ser un voyeur, no poder dormir tranquilo, pensando que en el pasillo estaba asechándolo la sombra de su aliado, el primer fantasma con el que hablar para poder salir.
Lo que vio desde arriba fueron barcos desarmado, veleros a la deriva que partían del puerto de Olivos y hacían el rol en San Isidro, ningún barco pirata, nunca una lancha, siempre la nave de los locos.
Estalló en mil formas, y supo que ella ya no estaría jamás en la zona de su alma, todo se voló con mil vientos que soplaron desde el Río de la Plata.
El boulevard Camacuá, era pintoresco, invitaba con sus bancos de hormigón a sentarse a tocar la guitarra por unas monedas o por nada. Era una materia pendiente para este verano, quizás sus planes se truncaran pero no tumbaban su neurosis obsesiva, seguía firme como rulo de estatua, la estructura era inmutable.
Y al ir pudo entender que estaba dando todo un río para pasar directo al edén con su dentellada herida, por su inspiración, o sea, su primer refugio ante la lluvia de noviembre, el viento y los ruidos que no paran de llamar en altamar.
Sus ojos brillaban, se secaban, nunca se humedecían, pensaba que no tenía lagrimales.

Dibujó un cocodrilo y salió de caza a matar un yacaré, lo mató, lo embalsamó y le puso dos farolitos de bolita en los ojos. Quedó boquiabierto, fue así como incorporó el tótem, tenía el poder de la mordida más poderosa de los ríos que dan al mar. Siempre que podía veía Cocodrilo Dandy, y le gustaba ir a Cocodrilo, atrás del Hospital infanto-juvenil Ricardo Gutiérrez. Dejó de ver y hacer Cocoladas británicas, conoció a Cocó Muro, pero eso no le cambió la vida, ni la forma de escribir.