4 dic 2014

La pantalla

Detrás de la pantalla se extinguía una luz palpitante; era solo un diodo led, un punto que con cada sístole iluminaba y en cada diástole se apagaba, un marcapasos virtual, algo parecido a un metrónomo de la eternidad imaginaria. Esta pulsación titilaba al ritmo de los latidos del corazón de los cuerpos que transparentaban las esencias de las apariencias evanescentes de la vanidad teatral. Los ciegos percibían un leve tic-tac, un bit sutilmente inaudible para los alados videntes de colmillos desdentados y su sistema de ecolocación. Las arpías del pandemónium oían el rumor de un canto sagrado y los destellos que las centellas de una noche estrellada, dejaban ver en su espesa negrura, allá en el barrio. Él era un guitarrista grosero de dedos mórbidos delicados, le gustaba tocar la mañana, cantar a la tarde y soñar con la noche. "Los días pasan y ajan el diván..." (se decía a sí mismo). ¿Cómo podía ser que nadie lo sepa, lo escuche, lo vea, lo toque?. Su peor pesadilla era que Papá Noél matara a Mamá Noelia antes de fin de año. Las abejas reinas sobrevolaban sus muestras médicas de laboratorios Valcasco y Bernabó. Las cremas que usaban ellas eran tantas que él no quería prestarles atención. "Esas cosas, son de mina..." (se dijo a sí mismo). Entonces un buen día decidió tomarse el buque. Se iba a zarpar, y así fue que izó las velas. Lo tenía todo pensado, pero era un tipo muy discreto, nunca le decía nada a nadie. "A ella, ¡le encanta molestar!.." (no paraba de decirse, siempre a sí mismo). No se iba a morir, se iba a navegar por el Río de la Plata. Hablar era alarde, tal o cual cosa parecía intrascendente bajo el sol. Mientras tanto, pasaba por el kiosquito y veía que la mierda seguía sobre la botella de vino tapada con el corcho, en la esquina de la bolsa con el cadáver del gato exquisito en el estacionamiento. El pasto seguía creciendo como las hortensias. Ya en la Shell, lo conocían todos los playeros y algún que otro empleado sabía en que andaba y con quienes se manejaba. La gran mayoría lo querían bien; él lo sabía porque no paraba de forrearlos y no lo cagaban a trompadas; romper las pelotas con la cabina y el teléfono era su diversión, para su deidad, un pasatiempo en su múltiples representaciones. No le importaba si era tarde o temprano, la cabina no funcionaba y él la reclamaba a toda costa. "Pasá y fijate..." (le decían al hijo de puta). Pensaba que si nadie hacía la demanda, los tecnócratas iban a cortar las lineas y nunca más iba a volver a TELECOMunicarse con la gente que todavía mantenía el fijo; todo era por esa especie de terror a usar celulares, esas células infectadas; sencillamente no podía dedicarse a la citología. Llamaba cada dos por tres para conversar y cuando recibía era obvio que no podía atender, los seres se retraían como artrópodos, se ponían nerviosos como felis catus, prefería no saber que querían. Corte que se fue sin saber que lo amaban. Era así, no había forma de convencerlo que el tiempo perdido era mucho peor que el añorado. Vagó por San Isidro y se comió un pancho tomándose un licuado de banana en lo de Coquito; pateó Palermo con el alma aterida, entró en el club de jazz y se acomodó alucinado en la barra hasta gastarse los últimos morlacos que encanutaba para los forros; un domingo se fue a Boedo a tanguear misas calientes con dos personas que estaba aprendiendo a querer a calzón quitado; al día siguiente anduvo por Don Torcuato buscando a un amigo perdido por la cocaína y recordó a la madre de su madre; arengó por Nuñez sientiéndose millonario, agitando la quebrantada muñeca hinchada, rodó barranca abajo por Belgrano con una flor perfumada en el ojal y terminó paseándose por la Recoleta al son de un trompetista cubano. Dos días después, sin ser un microbio, se fue a Retiro porque sabía adonde escapar para esconderse de sí mismo y sobre todo de Dadá. Llegó a ver el atardecer en un retrovisor, la lluvia a través del cristal de una ventanilla empañada, la ceniza resquebrajada en un cigarrillo consumiéndose, los labios despintados de una boca besada, la pastilla sin su blister, las letras sin palabras plenas, las revistas científicas que coleccionaba, los libros que no podía comprar, la belleza que desfilaba sobre la pasarela cementada era tan encantadora que no la miraba con deseo, sino con lujuria lasciva sin freno; no le daba la vista para leer la borra del último café; apostaba a la riqueza de la cerveza en las simples cosas de la pobre gente que galgueaba por el Abasto. Entonces comprendió por primera vez que tenía que ingresar al conservatorio de la Av. Córdoba, metiendo el burro. De chiquilín que miraba de afuera, había querido estudiar música en el de Olivos, pero su padre no le quiso hacer un visto bueno para el examen psico-físico, lo mesmo que le hicieron para que deje de conducir, hasta que un buen día su jeep se quedó en Pampa y la vía y no arrancó más, para compensar tomó hasta morirse. La poesía lo embriagó de colores, hedores y dolores. Jamás derramó un milímetro cúbico de llanto, aún cuando el cielo se le caía a pedazos, aún cuando el reloj no marcaba las horas de su desdichada suerte.  Seguía firme en su convicción de hacer algo por el mundo para ser alguien en la vida. ¡Eso le faltaba! Volver a ser el que siempre fue. Así era la historia del que esperaba verle la cara a la velocidad, yéndose lejos hasta llegar a ningún lugar, paso a paso. Con cada talan-talan, los tañidos de las campanas de la catedral lo despiertan y el insomnio es otro trastorno que invoca a los espectros del pasado. La enseñanza de este amor es el olvido del recuerdo que jamás pregunta si aflorar es una expresión de su alma manifestante. La quietud y el cambio, son cosas de otras mutaciones. No bastaba con vivir, las flores se lo dijeron así: "Tu destino es solo un-a-parte de la existencia de Dios". Después un silbato sonó en el cielo y todo aquello se hizo oscuridad; fueron acurrucándose entre pétalos que recubrieron sus gineceos. Los atrevidos mirones de los miradores buscaban encontrarlas en paisajes de las lunas suburbanas, pero nadie más las volvió a ver en su delicuescencia fantasmal, de pasajeras nubes continentales. Por eso la empezaron a llamar sin su nombre, chistando, chiflando, chasqueando, chillando; no había forma de desviar su camino trazado, la distancia era abismal en las medidas de su profunda línea desdeñosa por el halo de las lunas de diciembre y sus lúgubres amaneceres.

"A little letter to Lecter with a sheepish message of love" (AL+)

Can I clarify something for you? Just to be our minds clear.
I've always been peeping and gazing at you my dear Haller.
Why are you staring at me like that?. So unkind!
Go and get yourself another fool with green eyes.
To ilustrate my last remark, love was a christmas gift that you gave me.
So I tell you, I think that this sunday soon the sun will go to shine.
May days, not be fair on this week my dear fairy friend.
Bye-bye Harry. Hope you see you soon.
Every kiss you give, sets my soul on fire.
That's why I love you harder.
Better keep it in mind.
Speak to me.
Can't you?