10 dic 2014

Le rane

Salgo a caminar para matar el rato y en un par de cuadras la gente me saluda al pasar y me dice: "Alan es un músico Spinetteano. Venite a tocar el viernes con nosotros. ¡Che! Mató a mil el recital de Deep Purple. Pasen por casa, cambié la Jackson DR-3 por una Yamaha SG-700".
Vuelvo a mi cuartel infernal y me siento a escribir mientras miro a mi nueva amiga, Elba Tracio, alias, le rane aciaga; es atractiva como todo lo verde, interesante por su fisonomía atlética, pegajosa cual ventosa. Ella me dijo que era la ex-mujer de Rodolfo Ranni, y le creí. Ingenuo. Ahora vive en mi biblioteca y me hace compañía. No le molesta la música power de altos decibeles. Anda por ahí, a los saltos como yo, le gusta la oscuridad como a mí la "Vitamina C". Es una nadadora olímpica. Marca 30'' los 50m. La entiendo perfectamente bien, se siente a gusto cuando está fresco. Su humedad me sube los humos hasta el techo que rezuma lo que la tristeza genera a cuentagotas. Todo el cristal se vuelve madera, yo lo siento. Cuando se escapa de mi vista la tengo que buscar. Jamás la toqué porque no quiero que nadie la toque. Música para dos. Yo canto y ella croa. La fotografía siempre me hizo mal y por eso la considero un arte menor y me borré de las redes sociales. La música según Aristóteles es la máxima expresión de la virtud artística y la mejor profesión. La pintura según Leonardo es superior a la escultura de Miguel Ángel por la mugre que implica su labor. Era invierno cuando me vine a vivir acá, después de la clínica. Volvió la primavera cuando estuve viviendo con ella, vino y se fue. En verano cuando el techo de la casa se cae a pedazos, todavía está aquí conmigo. Tuvo tiempo. Todo tuvo. Tanto fue que hasta ilustró. Invadió mi espacio con su asalto. Irrumpió mi imaginación; lubricando los goznes, tragué mi saliva y se me secó la mente como la boca. La reina Batata, dijo que era amarga la papa. Aprendí a comer el moco de pavo en una gelatina sin un esqueleto. Trasegué la hiel, y la di por perdida, cuando no la encontraba mientras ella se escondía de mí. Como la bolsa que se cae y no se deja ver; hasta que de golpe y porrazo aparece como una visión extraña, alucinatoriamente. Entonces, por eso rezo para no perder el peso en eso, que cuesta lo que vale un beso en la frente. Luego, da la noche a la cancel, la tormenta anunciada se avecina atronando con luces verdaderas, no faltaba más que un cascote le partiera la cabeza a La Petra, una tana que hablaba muy bien el castellano. Ella debería tener un pez en un acuario. Y lo tenía. Por eso los bichos de la luz se posaban sobre la pantalla. Yo lo veía, porque todavía estaba detrás de ella. Era una noche espesa, de esas en las que parece que no pasa nada más que un tacho, un viento arremolinado por la furia del vendaval que arrasa metiéndose con todo, el aire que ventila el alma encerrada en su catacumba con olor a muerto, la osamenta que deja la grela que acusa sus beneficios cuando la piel ya no tiene disfraz. Cuando los vocativos no se escuchan en la interjección de tus desinencias onomásticas. Por eso me alegra tanto estar con mi anuro en estas noches tan pluviales. Ella contrapuntea como Astor. Otra cosa, poca gente invita a morfar. A mí todavía sí. Malvina me limpia las heridas de bala que me dio mi hermano en el pecho. Milagros me hace reír. París es una ciudad tan lejana como Roma. No es para tanto, pero para mí: Almost a lot, but not too much. Leer literatura rusa es lo único que entretiene a Elba Tracio y a Naragizka Popovsky. Seamos gente y no gentuza. ¿Qué pasaría si nos quisiéramos un poco más? Quizás, no nos jugaríamos tanto. Dibújenle el rabo al chancho, es como una e cursiva invertida, como el signo final de la división. Pónganle la cola al zorro, mientras la zorrita se escapa otra vez por la ventana. No hay nada peor que el encierro mental y dental. Una vez alguien me dijo: “Alan, hay miles de millones de puertas cerradas, vos sos la llave”. Le creí. A ciegas. Para mí era sabido de ordinario que lo obvio se cae de maduro. Pero no. La llave era una copia imperfecta. Había que rectificarla, otra vez con el cerrajero. Mientras más dibujaba los contornos del “Hombre Trabex”, más se decía a sí mismo, esto es una obra de arte, aunque era sabido que había cerrajeros artistas que hacían esculturas con llaves mal hechas. Entonces el Dios del cielo, habló en su lenguaje a un ritmo rapsódico y profuso, casi inentendible para los sordos, y dijo:
“Así como chocan las sombrías nubes azotadas por fuertes ráfagas, así las gruesas olas se levantan bajo el ímpetu del errabundo viento, así caen los hombres que se dejan llevar por las mareas”
Era un pensamiento griego sin el pan de centeno contaminado por la filosofía del cornezuelo.
Entró en mi habitación el macho, más oscuro, decidido e intrépido. Me desafiaba, infundía su merecido respeto. Le cerré el ventanal y le dije: Elba Tracio está en la biblioteca. El living era muy confortable. Intuí que yo estaba de más y que Rodolfo Ranni había reencarnado. Él la había encontrado. Tenía que dejarlos por la progenie, la conservación de la especie, la supervivencia del más apto, la selección natural, la reencarnación, la transmigración y la metamorfosis. Así y todo, no lo podía creer, la vida se daba a sí misma donde la vida ya habíase concebido alguna vez, con otros cuerpos, entre otras almas. Era mejor prestarles mis aposentos a un par de batracios que a los seres humanos. Pensé: ¿se acostarán en mi diván y serán felices para siempre? No me quedé con la duda, fui y le pregunté a 16 dedos: ¿A quién busca usted caballero? 16 veces y nada. Era obvio que estaba enamorado de Elba Tracio, apodada “Fantasia”. Toda la noche nos pasamos hablando de las desdichas del mundo que se esconde ante el amor que viene y se va con la lluvia. Yo estaba cansado, pero él no, quería seguir dándole roca al cuerito, croando hasta que Fantasia se le apareciera en sus epifanías anuras. En mí asombro no paraba de preguntarle a Von Helmholtz, cuanto tiempo dura la respuesta eléctrica del ectodermo de la rana. Lo había leído gracias a Freud, pero los movimientos de súbito del macho eran tan avasalladores que me tenía que recluir en mí mismo para que la naturaleza no me ataque. Dios era tan rana que me hacía sentir un sapo. Por eso me fui del living, mientras sonaban los tangos de Piazzolla para esas criaturas que se manifestaron ante mi existencia. ¿Qué más podía yo hacer que dejarlos vivir conmigo? Ah! Claro, tenía que irme a vivir a otro lado. Habían conquistado un territorio que les era propicio para la reproducción, mientras que para mí no era tal cosa, sino un nicho mortuorio. Era obvio, la máxima representación de las múltiples personalidades de Dios, me estaba alejando del lugar donde los animales van a reproducirse o a pastorear, esta es la primer acepción del rastreo etimológico de Aranguren sobre la palabra ética, el éthos griego. La verdad es que nunca vi como hacían el amor, o se reproducían, pero al menos aprendí que viven en mi amplificador valvular, que siempre está caliente y encendido. Algo de maravilloso y enigmático tiene el origen de las especies anuras, eso que nadie conoce, excepto los zoólogos y los científicos que saben todos los procesos por los cuales los batracios siguen existiendo. De una cosa estoy seguro, y es que: Nadie que haya leído todo esto va a reencarnar en una rana, por príncipe o princesa que sea, nunca más Elba Tracio y su galán, Froggie the Pip, un macho persistente, de fisonomía atlética y atractivo como todo lo verde.