2 jun 2015

Clases magistrales II

En la música, la melodía le hace un lugar a la poesía. Sin letra era solo musicalidad canturreada, una tarareada tarada perdida en la eternidad imaginaria, de fonemas desarticulados y balbuceos acompañados de firulitos. Dimos vuelta los sintagmas y la lógica proposicional para así darle vida a una canción capaz de ser sinfónica por su sencillez y a la vez infinitamente compleja dentro de las posibilidades del universo. Se escribía jugando a hacer el amor con las palabras, mientras ellas hacian el amor. Esa era la consigna. Dar la nota en tiempo y forma, era la clave de su armadura. Así la voz y el alma se hicieron una sola entidad. Las cosas alrededor no eran más que entes que permanecían inertes con su luz incandescente, aun tenue, brillaban acrecentándose a medida que unas a otras se enardecían hasta llegar al sol de una mañana trastornada imposible de alcanzar por las nubes del alba; lejos de la noche cubierta de luminosas estrellas que perdían su encanto ante una luna llena de poder atractivo. Pensaba, después de esa cátedra en la catedral como hacer para saber que tan grande es esa afición al infinito.