19 may 2015

Misofonía en un caso de pseudología fantástica


El alienado decía ser un arreglista, que había estudiado en el conservatorio de música del IUNA y tenía oído absoluto desde que se lo diagnosticó un otorrinolaringólogo en un servicio de fonoaudiología. Aquella vez, en la que fue a odontología a romper las pelotas a las 5am. diciendo que se le atragantaba la glotis y que tenía el paladar perforado. Para el sujeto era un trastorno mental que había desarrollado a causa de escuchar rock psicodélico por las noches y jazz progresivo en las mañanas. En una de sus tantas paralogías, argumentaba que no soportaba que las sirenas, los teléfonos y el timbre de su casa estuvieran afinados en la misma nota; pero ciertamente, lo estaban, por algo golpeaba la puerta. Fue internado en la clínica después de varios episodios de manía aguda, con abscesos purulentos de furia inusitada. El paciente dirigía sus ataques histéricos a toda orquesta contra sus instrumentos musicales y aparatos que provocaban su hiperestesia acústica. El desencadenante no siempre aparecía en las mismas condiciones, era la misma nota lo que se repetía; no importaba si la escuchaba ejecutada por un instrumento de cuerda frotada, percutida o pulsada, de metal, alto, soprano, tenor, barítono, membranófonos, daba igual; la respuesta violenta era siempre la misma, aunque la intensidad variaba según el volumen del sonido. Eran pocas las melodías que podía escuchar sin enfurecerse, pero había un leitmotiv que con solo verlo escrito en un pentagramas calmaba de inmediato la iracundia lacerante de su genio y anestesiaba su sensibilidad moral. Porque según él: “En las canciones como en la vida, hay cosas que no se pueden escuchar”. Una tarde de otoño se encontraba sentado en un banquito y desde la calle a su balcón llegó una bocina que le hizo destruir el bidé a botellazos. Lo que nos indica claramente que si era un alcoholista, consumidor de vitaminas y adicto al calcio, impulsivo y sin estigmas degenerativos. Humor de mal gusto. Al principio, era de suponer que la irritabilidad era un síntoma de su cuadro psicopatológico, que debía ser diferenciado para determinar su enfermedad mental y el origen de sus alucinaciones auditivas. Tenía la irracional costumbre de recitar algunas frases célebres, o “máximas del pensamiento” de los “máximos representantes”, como decía, del psicoanálisis, para seguir sabiéndose culto. Inclusive, simulaba sobreactuando sus síntomas, exageraba hasta el paroxismo varios tipos ideales de enfermedad mental. Entonces, se decidió que el psiquiátrico era prioritario, que debía ir ahí a jugar a los dados, a las cartas, al ajedrez, a contar chistes, y a decirle al primero que se le cruce lo que se le ocurra a propósito de lo que piensa y lo que siente. De eso se trataba la vida remitida a lo cotidiano detrás de los viejos muros, a lo desabrido de la comida sin sal, a la sin razón del mundo sin ton ni son de los acéfalos. 

Así abrió las puertas del manicomio cuando tuvo la llave del sistema.

                                    Anastomosis de mi “Cerebro en flor”
                                     Por: El secretario de los alienados 

La bella alma era forma inmediata sin sentido de sí.
En su bello cuerpo llevaba escrita la divina leyenda:
Tu belleza sea eterna como mil sonrisas bien reídas.
Inmortalidad consciente de las palabras sin sus voces.
Cada vez que las escuches… acordate de lo que dice Hesse.
Imagines que las escuchaste... no te olvides de lo que dijo Lacan.
Al menos acostumbrate al silencio total en el día de tu cumpleaños.