21 sept 2017

La Virgen de Luján

Dicen los que de ella están al tanto que se les aparece de noche y se duerme de día sin pestañar, alucinando a los peregrinos gregarios en trance hipnótico, en una vigilia perpetuada por sus capillas erigidas como basílicas, con verdaderos aires de santa macumba, mística de los pobres adormilados y maríamente ensoñados con sus pesadillas compartidas inspiradas en putas diablas y brujas terrajas.
Dicen los buscadores de milagros que los protege de vivir bendecidos en su divina gracia.
Cuando Dios abandona a los escépticos, ateos, agnósticos, solipsistas, nihilistas y científicos locos, ella es quien en el nombre del padre, del hijo y del humito plástico arremolinado, va con todo y a por todos, a restituir la fe. El cuerpo no piensa en el amor, lo hace mecánicamente, como un ejercicio sexual gimnástico. El sopor de sus bostezos, era signo vital de aquellos controles de alcoholemia y casmodia, fenoménico y malsano, narcótico e inconsciente.
María volvía a su casa y revolvía sus cosas perdidas, en busca del pijorrito, un Piturro, para su pábilo pánfilo. Eso quería, algo para fumarse de una pitada seca de boca el cañamazo de la banalidad de todas las marías que pensaban en ella en ese momento, toritas cascarudas, coleptéricas coprofágicas bicheras.
Ya sin asilo político en la embajada argentina de Chile, cerrada como todos los domingos, le parecía que todas las puertas se abrian a su paso por su andar tan altanero y desesperado.
Entonces, fue el ojo de la tormenta que la miró y ella lo vio, como diciéndole: “Yo soy el huracán Juliana” ¿Qué me mirás? No me mires o te uso de pipa para quemar la turbina. Así las chapas de aquel rancho de un pueblo nuevo, donde se daba la alianza nueva y eterna, de la futura civilización, empezaron a volarse hasta llegar desperdigadas a la localidad de Chiapas, en México.
Allá donde todo no vale nada, es decir, que no cuesta un peso en relación a un dólar.