8 mar 2015

El sueño de la mujer

Yo tengo una amiga que vive en la parra. De camino a Viña se ríe de los ciclistas que le pelan el diente de ajo y cazan la gilette para fetear fino. Es mitad vampiro, mitad murciélago. Una persona ya mayor, con vida propia, o mejor dicho, con propiedad: una casa, tres olivos y unas cuantas hojas en el corazón. Hoy día, ya entrada en años, detesta las expresiones pinochetistas y se la pasa yendo de la cama al baño sin sentir el encierro; fuma leyendo y le gusta escabiar bañándose con mujeres. La ilusión del ladrillo feliz donde pintó en la esquina, el paredón en el cual está escrito con fusil: “las balas que vos tiraste, van a volver”. Si se le inunda el patio, la cocina se le llena de humo. Conserva una muela de leche en un camafeo de juguete y guarda una pieza de porcelana fina en un relicario; ella atesora algo para el ratón Pérez en el cajón de una mesa de luz. Asceta que niega el rechazo de un pedazo de vida. No se abruma con la bruma de un muelle de prefectura naval, se viste de marinero y sale a la cubierta para saludar desde arriba del barquito de papel y madera balsa en el que navega por los siete mares de llanto, iodo, alquitrán y alcohol. Su mundo es de corcho, caucho, cartón y condón. Inventa una palabra por semana, la de esta es esta: “ratonaje”. Tira todos mis dibujos: “El Adolf” (la rana esvástica); “Rat-Bat-Cat” (sueños de queso pategras); “la mosca ricotera”; “Himen” (o el beso vaginal de la mujer araña); incluso el “mosquito picudo” y los amigos imaginarios de la Mili (La luna trisexual; la cresta del sol y la planta payaso). Alguna vez, suele pasarle a alguien, lo que siempre pensamos que jamás iba a pasar… Con carácter, cada uno suena a su modo, con su tono de voz particular, su volumen. Entre músicos entendemos que las chicas que van a coro son más amables que las que no. Si alguien alza un canto hasta el infinito, da vida y como son mujeres, un jadeo se torna sagrado, en tanto que parir, es darle luz al instante en el que abren la boca para cantar. En esto de cantar las 40, la justa y la canción, me he vuelto más pueril y menos profesional. Ya no cobro por enseñar, me roban el hit. Parece increíble pero es predecible. Vienen amateurs y suena todo como el culo y es un espanto. Y lo peor de todo es que a mí no me pagan por tocar. Me siento una prostituta barata de cuarta y poca monta. Me pregunto para que cambié la viola. Yo ya sé porque cambié mi vida y todas aquellas cosas preciosas, de valor sentimental. No tiene que volver a pasarme. Si la cosa es así. Todo es ámbar de color amarillo sepia, y en contraste. La periferia del rabillo del ojo inyectado en sangre y bilis, es púrpura y violáceos de cromáticos colores azules y añiles. ¿Cómo? Porque al ver la imagen en la retina del cadáver del daltónico, todo es como una vaca loca y muerta, pero seca, seca, seca. Fetén, fetén. Al fino, fino. Albino vino. Y a todo lo que es blanco y brilla en su esplendor donde no hay desprendimiento de córneas en la lluvia rígida que rige el ritmo de las cataratas que dejan ver espesuras y densidades. Me entrego al mundo. Dios nos ampare en las esquinas prostibularias. María ya no está. Desde siempre y para siempre es una persona que no puede dejar de ausentarse en este escrito cuneiforme, por la cantidad de satélites que hay en el cielo. No es que lo veo, sino lo que no puedo dejar de ver. Esos satélites naturales que cargo al hombro del hombre que carga.