14 oct 2013

Yo no soy freudiano.

Freudiano, no es quien se identifica con la imago introyectada en el lugar de ideal del yo: “yo soy suyo, ese que es, eso de él" tan bien parecido, que se iguala hasta la confusión, es idéntico, a su imagen y semejanza; "todo lo que se lo aprendí de él, sin que me lo haya enseñado él mismo en persona". Ese que declara ser el neurótico obsesivo más cocainómano, como sujeto mandado a ser el hijo putativo, heredero ilegítimo, persona no deseada, invocado por Dios, evocado por su nombre, equivocado, errabundo sin objeto. El que no trascendió por irrelevante; perpetuó la inmanencia ignorada y dejó de ser auténtico, para ser como otro, peor que el primero; un adepto adoctrinado a una teoría no es el sucesor dogmático, es un fanático, ortodoxo o reformista, "clona-ese-pam". Doble de riesgo del protagonista principal de la tragedia escrita por otro que sofocléa lo mítico de la verdad en tres ensayos; no hace la diferencia por distinguido que sea. El cohorte generacional, es un límite temporal en la historia que se enseña en la escuela. El topógrafo marca con mojones, el territorio que el agrónomo le pide delimitar, lo mismo que un ismo de vanguardia en la historia del arte del siglo XX, como todo buen narciso, el David de Miguel Ángel "se parece a mí, sé que no hay nadie como yo, mi propio cuerpo está completo, mi monumento es colosal, no necesito nada porque lo tengo todo, y algo de carne" No le digo a nadie que uso la prótesis, ese aparato del miembro fantasma, que reconstruye el esquema corporal del yo especular, mera etología prismática ante el reflejo del congénere, una mandíbula mecánica con la bóveda del paladar perdido por el cáncer. ¿No tenés un habano?