20 feb 2013

Esquel

Vengo del Bolsón, me reclaman, me dicen que la tripa tiene rock & roll, que Rosario siempre estuvo cerca y que los jardines patagónicos son realmente bellos. Nada tienen que envidiarle a esas estepas áridas del sur de la cruz; de la gente Santa; de las mujeres que viven de la sabiduría y del alcohol de las mil y una noches en hoteles de mil estrellas. Me cago en la mierda de la gente del culo. Son groseros que no se parecen a las grosellas, ni son frutillas, ni mucho menos frambuesas, ni tampoco esas frutas que quemadas por el sol quedaron podridas y no ahumadas. La mía es la frialdad de los arrayanes, la quietud de los ñires, la altura de las lengas, la belleza de los alerces y la barba de los cohiues. Siga cada quien en su minúsculo mundo panorámico mientras los druidas estan de fiesta. Me faltaría creer en Olmedo, pero no soy de olmos; para mi los álamos criollos son miles de sombras que me militarizan como redoblantes de milicos. La militancia es otra cosa. A mi me importa poco volver del sur; me intriga la vuelta. porque nunca volví vía terrestre, por tierra me he ido; he vuelto; no he sabido llegar a horario, nunca a tiempo; pero le he dado tanto como a dadá. El dedo mórbido se gasta en ampollas, en jeringas, en raspadas de pastillas imantadas de guitarras caras que se descalibran.