Subestimó el poder de las estrellas y el musico se encadenó
a una artista plástica que apareció tarde a la exposición y jugada con el
tiempo; entre velos y tras bambalinas se presentó María revestida de Santa
Cecilia, con su escala sacra de valores musicales himnóticos; le mostró fotos de viejas catedrales, le hizo la comida
y le confesó que desde que dio a luz dejó los virginales pinceles y la tela de
los bastidores los hizo trapito. Torpe tropezó con un palito que dejó caer el
que dirige la batuta y empezó a secarse la fuente de su inspiración como la
leche de sus tetas, había que arrancar esa flor amarilla de raíz, aunque era
más bien parecida a una flor de loto flotando en aguas claras. El trasplante
era urgente. Por no ser igual que antes, era más sensualista, pero menos
erótica. Sabía hacerse desear y entregarse a placeres caros, así fue que se
hizo grande a medida que su talento decrecía, ahora su desarrollo pasaba por
otro lado, por otra virtud. Dejó de desayunar con champagñe para ahorrar en shampoo
piojicida. Se le frunció el francés cuando se terminó el barroco y nuestra
patrona quedó inmortalizada al óleo para siempre en el museo de la memoria
perdida.