Acerca de la pintura y el grafísmo, puedo decir que no lo he
visto todo, aunque se que hay material de sobra para hacer proyectivos para los
psicoanalistas que rebotan por mal educados de la UVA y por sobre todo creerse mejores
que los que saben interpretar el espacio visual y contar cuentos de casos. Como quienes me acompañaban en
este emprendimiento estudiaban y dejaron de estudiar. Era una colorista, un
grafólogo de segunda; y un asesino incomprobable sumado a un abogado matriculado que sabía
avivar giles diciendo que los holográficos pueden tener cierto valor y que los jueces
pueden valorar o desestimar la prueba del color y el contorno; en tanto que la morgue se nos cerró para
siempre hasta que sepamos quien es el jefe. “Contamos con un excelente cuerpo médico forense”. Pero no, ellos
corren hacia la nada, esto no es tintura nena, es tinta roja de esta tangazón más rica y menos comida que una miga del suelo; tatuajes falsos de pieles,
grafitis paredónicos escrachantes, entre otros garabatos de hojas incoloras, que dicen algo más que lo que nada. Acá se marca la letra pero no se quita, se
deletrea. Si no hay capacidad simbólica se les toma el test de Rorschach. Si el
síndrome de Klüver-Bucy niega y no ve, es preferible que no distorsione la
figura y la forma, porque la gente que ve cosas que no son: piensa, siente, actúa y dice cosas raras. Ahora si no recuerda que es comer, sabiendo que el mundo
les entra por la boca estamos cagados y en serios problemas; el cuadro se agrava, pero
desde aquí y para siempre se graba, en un balcón sombrío donde otras voces se
escucharon ahora hay música; entonces le damos pie con bola, para que empiece a cantar y lo mejor de todo
es que se canta fuerte, cuando en realidad hay que hablar de la ausencia;
para eso damos ordenes que dicen: ¡Gritá! ¡Jadeá! ¡Gemí!. Yo ya las escuché y es que por eso tomé la decisión que hasta que no me devuelvan las líneas robadas en un pentagrama, no se toca más y no se compone.