El obsesivo supo que lo suyo era pensar, mientas la
histérica germinaba, hacía floricultura, horticultura, herboristería de manera
compulsa. Maltrataba nervios malgastando piezas dentales, y ella con su
delantal. El alumno ya estaba con medio siglo encima, cansado de ponerse la
chaquetilla todos los días. Ahora le tocaba al padre darle clases a los hijos en
el colegio nacional. Era un simple prolegómeno, una demostración en carne viva
que una es lo que hace. Estaba escrito así: “El psicoanalista cura más por lo
que es que por lo que dice”. Pero ciertos conocimientos de medicina tenía que
tener de: fisiología, neurología, farmacología, (los tres tenores),
cardiología, citología, oftalmología, dermatología, rinología, pero nada sabía
sobre la psicología, nunca fue quien tenía que ser, siempre hizo la suya, entre
esas otras, se le da al autómata por escribir sobre: ética, lingüística, retórica
(los tres sopranos), nunca nada de política, leyes y arte. No había vuelta
atrás, lo que se había escrito con la mano no se borraba con el codo. Así fue
que empezó a decir lo que sentía de manera casi audible, pero nunca lo que
pensaba, eso jamás, porque lo que realmente valía de verdad era lo que callaba.