Había que comer, pero para masticar primero había que tener
los dientes bien afilados; los colmillos eran para los vampiros, jeringas y
chupópteros su único instrumento de extracción.
Había que dar sangre, pero para eso había que pasar un
riguroso examen y no tener VIH, HPV, Hepatitis, tatuajes, ni todo lo que
contamina, me refiero a radioactividad y no otras porquerías.
Había que comer, pero para pelar un chancho había que tener
el agua hirviendo y mucho tiempo para esperar que se cocine. Era un manjar para
pocos, pero había mucha cochinada sobre la mesa, entonces la educación y sus
modales empezaban a irse a la mierda.
Había que dar monte, mucho chiquero y basurales enteros para reactivar una economía circular.
Había que comer, pero para cocinar había que hacer un fuego
sagrado y del árbol caído no se podía hacer leña, porque era fundamental y muy
necesario saber talar, reforestar, y hacer que sea sustentable el oxígeno para
las futuras generaciones, venideras que nunca iban a llegar a saber lo que es tener
frío.
Había que dar todos los elementos, espacios naturales y
muchos lugares para crecer.
Había que comer, pero para pescar había que tener carnada y
equipo. Algunos lo hacían parecer un deporte, otros un método de explotación de
la fauna ictícola, pero todavía existían quienes lo hacían por necesidad, solo para
vivir.
La dieta alimentaria, no podía ser líquida solo porque la
sed verdadera era la que se saciaba en el desierto de arena y de sal. Por la
reencarnación había transmutado en camello, pero tampoco podía taparse el
faquir con una frazada de cactus.
Ya no podía morir en una zanja, protegida por ratas
terratenientes de algún albañal y ranas cantoras.
Ya no podía morir de un balazo en la frente, un puñal en el
corazón o un botellazo en la cabeza, arruinado por aquellos que no solo salían a
cazar mariposas, sino los que eran potenciales asesinos y matarifes, grandes
contrabandistas de pieles de tapichí, o astrakán (solo para los entendidos).