Los miserables mercachifles de Plaza Italia y los puesteros
del Parque Rivadavia (y los dealers también)
son todos unos acumuladores compulsivos, no son lectores, son comerciantes del
mercado negro de los libros de la buena memoria. ¡Manga de piojosos! Sacadores
de vidas y malandrines, vivillos cucaracheros de mala muerte que se aprovechan
de chitrulos re fundidos como el tipo a fin de mes. Me consuelo pensando que
hay cosas peores. A mí me van garcando ya dos veces no consecutivas. Esta vez,
vendí el Seminario 3 de Lacan, “Psicosis” por la módica suma de $30. ¿Qué te
comprás con $30? ¡Los ñoquis! Una colección de 5 tomos de Psicología Aplicada
de Kapeluz, $50. En el paseo, vi cantidad de volúmenes de colecciones
incompletas de Freud, cada libro de López Ballesteros, $80. ¡Hijos de puta!
¡Buhoneros mugrientos! No vuelvo más. Me faltan 2 tomos para completarla: el
Epistolario III y el tomo 15. Si yo vendiera los 20 tomos que tengo de esa
colección a ese precio, tendría: $1600. Iría para ver que me ofrecen y echarles
en cara lo que pienso yo de su negocio y el pichuleo. Es sabido que la
necesidad tiene cara de hereje y que con mucha plata, uno vale mucho más. No
pueden ofrecerme 10 mangos por un libro que nuevo cuesta 10 veces más. O sea
que, le sacan el 1000% al producto. Cuando ellos venden, no tienen empacho de
meterle la mano en el bolsillo hasta el fondo a pobres estudiantes que solo
tienen un rublo para gastarlo en una
feria para poder seguir en el bazar de las ideas. Ahora, cuando compran, se
meten la mano hasta el fondo del bolsillo y lo dan vuelta como un guante, para
hacerse los que no tiene un kopec
partido al medio y seguir regateando. La actitud de ellos es hacerse el
desinteresado para ver qué tan desesperado está cocodrilo por el cobre. ¡Los odio!
Nunca supe hacer negocios, no es lo mío. El dinero no es mi juguete preferido.
Prefiero entretenerme con otras relaciones objetales, enlazados y ligadas al
sujeto; por lo que este es y no por lo que este tiene y puede retener. Ese
carácter anal que no caracteriza al obsesivo, sino al avaro, al mezquino, al
concupiscente, al agiotista, al canuto, al ahorrista, me indigna. Se bien que
jamás voy a recuperar todo lo perdido; y nuevo lo viejo, ya no tiene el valor
que uno le da a esas cosas que son suyas, es decir, lo que a uno le pertenece está
impregnado del ser al que le corresponde, porque es el dueño de lo propio,
aunque pueda ser solo un bien usado, usufructuado, hay algo malo en el bien que
fue de otro. Pensar en que va a pasar con ese objeto perdido, es intrigante;
personalmente no me quita el sueño; más no por ello tiene uno porque creer que
debe estar mejor o peor que como estaba cuando era de uno. Si es, vuelve a ser
y no tiene que volver para estar. El problema es que desestiman lo que es de
uno; lo desvalorizan para aumentar su costo cuando pasa a estar en el poder de
ellos. Consecuentemente, la melancolía vuelve a ser producto de un duelo no
resuelto. Soy capaz de declarar porque algo es mío, pero no puedo explicar
porque dejó de serlo. Cómo, cuándo y para qué, es obvio. Un saludo enorme a
todos lo que se animan a seguir metiendo sus narices en mis líneas. Páguenme
cuando sean ricos.
P.D: La última vez que vinieron la policía y los
bomberos, después de estar un rato largo buscando conexión, uno (“el que estaba
peor”) me preguntó: ¿En qué carpeta guardas las fotos porno? Le dije que no
tenía y le recomendé una vágina,
siguió buscando hasta que encontró algunas fotos de ellas. Y quedamos todos
trabados como el operador, 3 canas, 2 bomberos y el tipo, mirando las fotos. El
mejor comentario fue: “Todas son unas drogadictas como vos”. Yo le dije que no
estaba en lo cierto, que ellas no eran como yo.