Se
despertó cuando el mundo se durmió, por el grito de un solitario que rompió el
silencio mortuorio de las calles e hizo retumbar su eco en el cielo abovedado
por una luna naciente, lívida y mortecina.
Se
escuchó la quejumbrosa carraspera tordilla, una enorme corneta taponada por los
mocos que a todo pulmón y resoplidos no se podía desenquistar ni con el
ablandamiento por la aspiración del precioso líquido que causa hidrocefalia y
la consecuente e inevitable agrandamiento de la testa liofilizada.
Se
durmió cuando el mundo se despertó, por las luces de otra aurora que disipó las
sombras que cobijaron sus ideas más oscuras durante los momentos de mayor
luminosidad del alma.
Se
marchitó la flor porque nadie la regó, todos hablaban de los beneficios del agua
y lo importante que eran tomar determinada cantidad de líquido, de sus
propiedades curativas, mientras la planta se secaba y a duras penas escuchaba,
sin poder decirles que ella necesitaba lo vital.
Se
cansó y mandó el mundo a la mierda, espantó a los pájaros, desenchufó los
artefactos y se sentó a tomar sol en el balcón en pelotas, a mostrar su hombría
al astro, porque estaba de luto por la muerte de aquel ser tan querido, que
había sido enterrado vivo para darle una sepultura.
Se
olvidó de las pequeñas cosas, después de las grandes, después de todo. Y así
mismo, de sí, para sí, se dijo: “No me acuerdo de nada”, y se sintió que
cargaba con la madre de todas las amnesias y el padre de todas las resacas.
Se
vistió de mujer para pasar un día con los hombres. Se transformó en una especie
de semidios que nunca mató un ciervo pero tocaba lindas fibras íntimas y
tensaba las cuerdas como las parcas hilanderas estiran la vida de las
marionetas.
Se
imaginó que quedarse debía ser tan triste como irse, más cuando se anda tan
lejos de la argentina, ese país grande y al pedo donde viven los suyos, tan
de todos y tan de nadie.
Se
lastimó y herido por vivir la extraña sensación de haber vislumbrado una
desmentida detrás del velo que recubre la verdad del amor que es correspondido
a media luz. Su alma había sido encadenada, rompió las cadenas y cedieron los
grilletes.
Se
quitó el zarzo invisible y pudo sentir las manos libres para tocarle el culo a
la memoria, así curó su astereognosia y largó la botella para chuparle las
tetas a todas las mujerzuela que alguna vez fueron novias del olvido.
Se
olvidó de recordar para no ser causa del pasado ni efecto del futuro, sino el
presente representado por su único representante representativo. El verdadero
falso, porque fue falseado forzosamente por un feo farsante falsificador de la
falta falaz de un forro fanfarrón. Fue fuerte cuando se fue y feliz al volver a
ver su reflejo en el espejo interior.