Himen, la de la palabra justa, era una poetiza parnasiana, tejido
blando textual de texturas, salmodia melismática, caligrafía perfecta de
grafóloga. Lago de logos, canto de sirena y música de ballena franca. Era una
mañana clara cuando el perito salía airoso de Tribunales después de haber
entregado un informe psicológico de uno de los tantos casos en los que se lo
había designado de oficio como auxiliar del Juez. Tapado con un sobretodo
Yves-Saint-Laurent color camel, cruzaba la calle, de súbito la ve sentada en un
banco de plaza con una béret francesa
y un par de anteojos negros de Carey; se dijo para sí, nada es casualidad.
Himen, la causa penal sin consecuencias, estaba durísima esperándolo, firme
como rulo de estatua; así que para virilizar su vigor se erigió respirando hondo
cual Homo Erectus, dispuesto a bailar la danza de los machos cabríos. Sintió
por un instante en ese mismo momento que era el cazador y no la presa sexual.
¿Por qué no atacar primero? Ni siquiera lo dudó y fue directamente a hablar con
ella sin hacer amagues. Al llegar hasta ahí se sentó a su lado, y no le dijo
nada más que un lacónico, áspero y seco: Hola. Y ella con cierto esfuerzo nasal
y con la voz gastada le preguntó: ¿No me vas a dar un beso? Él la besó y acto
seguido fueron personajes de una película sordomuda. Ellos tenían prohibido
deambular por las calles de la ciudad juntos para evitar el consumo ostentoso
del que fueron injustamente acusados. La folié a deux y su dependencia los hizo juntarse todos los días a escondidas de
la policía. La ley soplaba para extinguir la llama que Prometeo le había robado
a los dioses del Olimpo. No podían renunciar al derecho a amar. Himen, la procesada por violencia de género, prostituta, Diosa y
atorranta, jamás acataba órdenes de nadie, era una anarquista antisocial.
Militaba en una agrupación de zurditos trostkos enarbolando la bandera del
orgullo gay encabezando la marcha, cantando en una procesión infinita por las
avenidas más grandes de la capital. Era curioso y paradójico a la vez. Himen,
la psicobolche anarcomunista, siempre cuestionaba la ley.