7 jul 2016

Himen o la letrada

Himen, la de la palabra justa, era una poetiza parnasiana, tejido blando textual de texturas, salmodia melismática, caligrafía perfecta de grafóloga. Lago de logos, canto de sirena y música de ballena franca. Era una mañana clara cuando el perito salía airoso de Tribunales después de haber entregado un informe psicológico de uno de los tantos casos en los que se lo había designado de oficio como auxiliar del Juez. Tapado con un sobretodo Yves-Saint-Laurent color camel, cruzaba la calle, de súbito la ve sentada en un banco de plaza con una béret francesa y un par de anteojos negros de Carey; se dijo para sí, nada es casualidad. Himen, la causa penal sin consecuencias, estaba durísima esperándolo, firme como rulo de estatua; así que para virilizar su vigor se erigió respirando hondo cual Homo Erectus, dispuesto a bailar la danza de los machos cabríos. Sintió por un instante en ese mismo momento que era el cazador y no la presa sexual. ¿Por qué no atacar primero? Ni siquiera lo dudó y fue directamente a hablar con ella sin hacer amagues. Al llegar hasta ahí se sentó a su lado, y no le dijo nada más que un lacónico, áspero y seco: Hola. Y ella con cierto esfuerzo nasal y con la voz gastada le preguntó: ¿No me vas a dar un beso? Él la besó y acto seguido fueron personajes de una película sordomuda. Ellos tenían prohibido deambular por las calles de la ciudad juntos para evitar el consumo ostentoso del que fueron injustamente acusados. La folié a deux y su dependencia los hizo juntarse todos los días a escondidas de la policía. La ley soplaba para extinguir la llama que Prometeo le había robado a los dioses del Olimpo. No podían renunciar al derecho a amar. Himen, la procesada por violencia de género, prostituta, Diosa y atorranta, jamás acataba órdenes de nadie, era una anarquista antisocial. Militaba en una agrupación de zurditos trostkos enarbolando la bandera del orgullo gay encabezando la marcha, cantando en una procesión infinita por las avenidas más grandes de la capital. Era curioso y paradójico a la vez. Himen, la psicobolche anarcomunista, siempre cuestionaba la ley.