Yo tengo una amiga que vive en la parra. De camino a Viña se
ríe de los ciclistas que le pelan el diente de ajo y cazan la gilette para
fetear fino. Es mitad vampiro, mitad murciélago. Una persona ya mayor, con vida
propia, o mejor dicho, con propiedad: una casa, tres olivos y unas cuantas
hojas en el corazón. Hoy día, ya entrada en años, detesta las expresiones
pinochetistas y se la pasa yendo de la cama al baño sin sentir el encierro;
fuma leyendo y le gusta escabiar bañándose con mujeres. La ilusión del ladrillo
feliz donde pintó en la esquina, el paredón en el cual está escrito con fusil:
“las balas que vos tiraste, van a volver”. Si se le inunda el patio, la cocina
se le llena de humo. Conserva una muela de leche en un camafeo de juguete y
guarda una pieza de porcelana fina en un relicario; ella atesora algo para el
ratón Pérez en el cajón de una mesa de luz. Asceta que niega el rechazo de un
pedazo de vida. No se abruma con la bruma de un muelle de prefectura naval, se
viste de marinero y sale a la cubierta para saludar desde arriba del barquito
de papel y madera balsa en el que navega por los siete mares de llanto, iodo,
alquitrán y alcohol. Su mundo es de corcho, caucho, cartón y condón. Inventa
una palabra por semana, la de esta es esta: “ratonaje”. Tira todos mis dibujos:
“El Adolf” (la rana esvástica); “Rat-Bat-Cat” (sueños de queso pategras); “la
mosca ricotera”; “Himen” (o el beso vaginal de la mujer araña); incluso el “mosquito
picudo” y los amigos imaginarios de la Mili (La luna trisexual; la cresta del
sol y la planta payaso). Alguna vez, suele pasarle a alguien, lo que siempre
pensamos que jamás iba a pasar… Con carácter, cada uno suena a su modo, con su
tono de voz particular, su volumen. Entre músicos entendemos que las chicas que
van a coro son más amables que las que no. Si alguien alza un canto hasta el
infinito, da vida y como son mujeres, un jadeo se torna sagrado,
en tanto que parir, es darle luz al instante en el que abren la boca para
cantar. En esto de cantar las 40, la justa y la canción, me he vuelto más
pueril y menos profesional. Ya no cobro por enseñar, me roban el hit. Parece
increíble pero es predecible. Vienen amateurs y suena todo como el culo y es un
espanto. Y lo peor de todo es que a mí no me pagan por tocar. Me siento una
prostituta barata de cuarta y poca monta. Me pregunto para que cambié la viola.
Yo ya sé porque cambié mi vida y todas aquellas cosas preciosas, de valor
sentimental. No tiene que volver a pasarme. Si la cosa es así. Todo es ámbar
de color amarillo sepia, y en contraste. La periferia del rabillo del ojo
inyectado en sangre y bilis, es púrpura y violáceos de cromáticos colores
azules y añiles. ¿Cómo? Porque al ver la imagen en la retina del cadáver del
daltónico, todo es como una vaca loca y muerta, pero seca, seca, seca. Fetén,
fetén. Al fino, fino. Albino vino. Y a todo lo que es blanco y brilla en su
esplendor donde no hay desprendimiento de córneas en la lluvia rígida que rige
el ritmo de las cataratas que dejan ver espesuras y densidades. Me entrego al
mundo. Dios nos ampare en las esquinas prostibularias. María ya no está. Desde siempre y para siempre es una persona que no
puede dejar de ausentarse en este escrito cuneiforme, por la cantidad de
satélites que hay en el cielo. No es que lo veo, sino lo que no puedo dejar de
ver. Esos satélites naturales que cargo al hombro del hombre que carga.