Hace tanto tiempo que no leía nada, que se volvió un
perfecto analfabeto; que si bien no era brillante en lingüística, estructuraba
el habla a su práctica lenguajera. Tenía una forma afásica, casi depravada por el
humor de mal gusto, que la pérdida de olfato para la mala poesía, engendra en
la mala praxis ortográfica; en psiquiatría, la remisión parcial era la anorexia
mental de todos los que sin su cuota para el acicate, escriben con mala caligrafía
algo macabro sobre el simbolismo. Los rasgos y los gestos de la tete de la folie, se habían ido casi en
su totalidad, le quedaba apenas la muequita incorregible de maniquí que hasta
su novia más naïve notaba en la más
momia opiómana. Si ella no aparecía de noche o de mañana, él estaba perdido, caía
en el servicio de neurología para que los psicoanalistas ortodoxos practicaran
la sugestión de la narcosis avalada por un sistema de pensamiento maquiavélico,
draconiano y represor. Cuando creía haberla olvidado, la rememoraba pensando en la
clínica; todavía hablaba de ella remitiéndose a un montón de guindas y besos
con gusto a porro del camino verde. Cuando la tenía presente, su ausencia volvía permanentemente
a retrotraerle su erotismo semidesnuda a media luz de zaguán en calles transitadas
por fantasmas del pasado. La tenía que convencer para que desaparezca para siempre de
su vida, como lo había hecho de su cama. Sencillamente, ella no podía tener la
ropa puesta como él el forro. La quería en grandes cantidades y no en pequeñas dosis.
Aquel amor era como beber con moderación, por la austeridad de la gente modesta
en su humildad viciosa. Birreaba como los brahamanes de lo más bajo de la alta
suciedad. Los que castigan por puro placer al sadismo sin ser Sacher-Masoch. Se había olvidado de Sade y las alarmas, Kraft-Ebbing and the luck of the Irish, Freud
y los hechos más trascendentes de su vida personal. Cambió todo por guirnaldas y las chucherías que le ofrecía el
gran bonete y el pedo característico que le nacía de la mente. Se percató de que ya no había luz y que los focos quemados
había que cambiarlos; que lo que se rompe se paga; que lo que se ama se pierde;
que el silencio invoca la palabra; que la música quita el miedo; que la verdad
habla con el que sabe y la mentira la escucha quien quiere malinterpretar. No entendía como había dejado esa obsesión por las Cocoladas
que repartían la mitad de su vida en UK y la otra en BA; y no, la dependencia por
la persona más bisexualmente alienada del mundo, un pequeño ser conocido bajo
el pseudónimo de Harry Haller, mitad mujer, mitad hombre. Half man, half beast. Tenía la habilidad sin la aceptabilidad, el don
sin el perdón, el amor sin el clamor, el mundo sin Edmundo. Así era ese ser,
que iba sin dar más que eso que fue esa era. A mis dendritas le dan ganas de cortarte el plexo venal teñido
de tinta roja con una hoja, las circuncidadas ramas de árboles que cubren con
sus copas las sienes de seres humanos como vos y como yo. La anilina sin
paredones de tus esquinas aerostáticas, estratosféricas, lunáticas,
atmosféricas; aburren tus sagas plutónicas que van en contra de la polis… Copérnico
sin voz y la opera criolla de Kepler, nacida bajo el signo de Tauro. Y si se te
corrompe la piel porque el mercurio no te da la razón, podés sacarme mi amor,
desenquistando el coágulo de un tumor benigno, nacido bajo el signo de Cáncer.
Mientras tanto fluye el veneno de Escorpio por el torrente sanguineo de Géminis.