En uno de sus viajes por la Mesopotamia litoraleña al
parnaso porteño, Dadá, el nihilista sifilítico, oriundo de Zarate, hijo
de Zara, su madre, a la que siempre le mandaba abrazos largos y cuentas impagas
de servicios que nadie gozaba y vicios que solo seres vitalicios tenían. Escuchó
cerca de un cementerio a alguien cantar: “A Luis le está yendo bien…”.
Entonces, pensó en despedirse de Juan, Pablo, Facundo, Manuel, Leonardo, Hugo, Marcelino, Roberto, Raúl, Santiago, Martín, Bernardo y todos aquellos que
realmente no lo podían seguir en su periplo. Realmente, él hubiera querido
llevárselos a todos al más allá… Una vez o dos veces por semana, las mujeres le
tocaban las manos, pero no eran sus amigas. Eso era lo que él no podía tener,
“amigas”. Una vez al año lo tomaban de la mano para caminar y el se soltaba
para secar-las- mentes, porque no era fácil de agarrar, era más bien resbaloso,
espumoso y no tenía escamas. Tocar instrumentos, musicales y quirúrgicos; tomar
pinceles, gastar plata, esas eran las cosas que más le gustaban, pero que
tantos problemas le traían, a colación de argumentos tales como: El arte es
placer; la escultura no es lo tuyo; conseguite tus instrumentos; no tenés los
materiales; etc. Entonces era más fácil escribir, pensar, cantar… Todo menos laburarla,
eso era lo más difícil; tallar la talla en silencio y sin desperdiciar la
migaja de mármol lejos de su bandeja y sus libros; peinarse la raya al medio
sin peine ni pelo: o sea, “trabajar y desplegar la obra”, era esclavizarte. Era
buen cocinero, jamás revelaba el ingrediente secreto del puré; pero para pisar
la papa y picar la piedra de sal, rayar la nuez moscada; había que ser fuerte,
no acalambrarse, ni transpirar. Era todo un ritual, una ceremonia, (¿seré momia?), un ágape, un banquete
platónico. Jamás la última cena. Seguía obsesionado por el brillo de las cosas
del vil metal porque no se le acababa el cobre. Se consolaba pensando en que
ninguno de los suyos era de bronce. No
eran artesanos ni artistas.
¿Qué era lo que hacía en ese lugar con la plata, la piedra y
la luz? “Perro-rateaba”. Distribuía.
¿Quién era más justo: él, ella o ellos? Nunca nadie jamás
nada. Siempre eran muchos más D2.
¿Quiénes? No sé. No tengo idea. No los conozco.
¿Cómo? Sencillo, como es, como debe ser, como se hace. Todo,
menos como te parezca.
¿Cuánto? ¡Qué sé yo! Si no sabés vos. Te digo que te tomes
tu tiempo para pensarlo bien.
¿Cuándo? ¡Dale hermano! Es ahora o nunca. Mañana no porque
no queda nada, ni nadie.