Valiente
el indio bebe la escupida chamánica, el esputo brujo, el espumarajo espiritual,
el elixir que a punto de macumba le brinda el don de fluir y ver las estelas
como por una diplopía incurable a primera vista, el movimiento continuo de todo
lo que habita alrededor de la pacha bajo el mismo sol que todo lo ilumina. El
animal de raza transpira su sudor, el monstruo canta, la bestia grita, el
hombre dice que habla y no dice, nada. Así el fuego sagrado del corazón arde
envuelto en las llamas que un demonio robó del Olimpo, el mismo que algún
mortal aprendió a hacer de los dioses. El rayo, la tormenta, la nube, el viento
que trae coplas en cuatro tonos, que siempre son cuatro. Viven los pueblos
originarios, el espíritu de la selva, el curupí del monte, el diablo del
corral, la sombra del aliado, las leyendas más cruentas que van del salvajismo al
ritualismo sanguinario de la imaginación inagotable inspirada por la
naturaleza, aspiraciones del polvo incaico, el cacao, el mezcal, los humitos y todas las plantitas venenosas que elevan al aborigen a los cielos en alto vuelo, por
las noches hasta la luna y más allá de las estrellas, y que agrandan sus pupilas
para dejar entrar la luz que resalta los colores del entorno en todo su esplendor. Las
culturas primitivas van de la antropofagia más caníbal a la solidaridad más
orgánica, del sacrificio animal a las batallas más aguerridas, la desgracia, el
martirio, la segregación.
La
conquista del territorio y la defensa de lo propio, la inquebrantable tradición
de la creencia que hace posible la eficacia de toda magia simbólica. La cura y
la locura, la muerte que no es sino una partida glorificada; quizás
experimenten la pena, la vergüenza y la culpa. Recomiendo una lectura en este día que celebra la "diversidad cultural", titulada “Totem y Tabú”, escrita por el gran cacique del psicoanálisis.