Jacobo Witz era un humorista pésimo, no era chistoso, pero a
diferencia de los cómicos no pretendía ser gracioso, era su vicio hacer
comentarios fuera de lugar. Una de sus más agudas observaciones era pedir en
los negocios lo que sabía que no había; no para hacer notar la falta de la cosa
en sí, sino porque le salía así. Tal día, se encontró en una farmacia y pidió
un medicamento que ya no se fabrica, el farmacéutico le dijo: ¿sos vivo o sos
pelotudo? A lo que él contesto: Y las dos cosas. Leí y releía el libro “El chiste
y su relación con lo inconsciente” de Freud en el baño. El baño era para él un
lugar donde relajarse, haciendo sus necesidades de sentado podía concentrarse e
inspirarse. Era un escritor de ensayos, opúsculos, pequeños poemas en prosa,
ensayos, fábulas y cuentos cortos. No era del todo malo pero su afición a lo
cómico, arruinaba todo tipo de seriedad a su trabajo. La alegría de vivir del sentido metafórico, lo
hace creer que tiene el deber moral de encontrar en lo inocente, lo verde y lo
negro el chiste que desconcierta y esclarece su ingenio. Su agudeza es la única
virtud que se le puede atribuir a este tremendo hijo de puta. En muchas
oportunidades le han dicho que es un auténtico forro, pero el siempre haciendo
caso omiso a las críticas que recibe de parte de gente pelotuda que padece una
enfermedad infantil. De tanto leer sentado en el inodoro a un tal Lichtemberg se
caga de risa cuando entiende el humor del padre del psicoanálisis. No le
interesa la psicología, no hace terapia de ningún tipo, dice que la risa es la
única cura de su extraña enfermedad inclasificada. Lo que siente al hacer
chistes es un gozo enfermizo, su risa es inmortal como la del lobo estepario.
Salía con una borderline que tenía tatuado en el brazo “bien reido” y su sueño
era vender libros. Él necesitaba que alguien corrija sus 250 pequeños poemas en
prosa y le consigan una editorial para publicar. En su afán de ser escritor
perdía parejas porque según él era un incomprendido. Que su literatura era solo
para entendidos y que lejos de ser snob o naif, era dadaísta con escritos
surrealistas.